A principios de la década de los noventa, mi padre solía llevarme con mi hermano Alain al “Book” de la Calle Ocho a ver las peleas de Chávez, los Ruelas y la “Chiquita” González, en una época en la que no se transmitían las funciones de boxeo en televisión abierta. Era una costumbre dejar el carro en el Sanborns de la calle contigua y comprar los periódicos del día. Salíamos siempre bien armados con La Jornada, El Reforma, Proceso, Unomásuno, algunos libros y hasta el Super Luchas y, como al señor que me dio la vida nunca le ha gustado cargar cosas en la calle, mi hermano y yo hacíamos malabares para que no se nos cayera ninguna publicación, mientras cruzábamos la Octava sobre la Avenida Revolución.
Llegábamos, entonces, a ese popular centro de apuestas ubicado a un costado del emblemático edificio del Jai- Alai de Tijuana, y nos instalábamos normalmente en el segundo piso, en donde nos asignaban una mesa en la que dejábamos caer todos los periódicos. Mi padre pedía café o cerveza y nosotros siempre un clamato o una coca cola. “El clamato para ellos no puede llevar licor”, hacían énfasis los meseros, sin excepción, cuando reparaban en las caras juveniles, de bigotillos y barbas incipientes, de los dos menores. Los minutos previos a la pelea hojeábamos los diarios y, habitualmente, se presentaba una disputa encarnizada por leer primero el “Super Luchas”, la cual era resuelta por mi progenitor con enérgico regaño y la sugerencia nada sutil de que leyéramos mejor el Proceso o un libro. Un volado decidía en muchas ocasiones quién tendría el “privilegio” de enterarse primero de las noticias que hablaban sobre Konan, El Perro Aguayo, el Hijo del Santo y los Hermanos Dinamita.
Veíamos siempre las contiendas concentrados y con mucha emoción, sin perder atención a los comentarios de mi padre, quien nos instruía y nos enseñaba las cosas que no se pueden ver cuando no eres un conocedor. “Ya lo va a noquear, lo está trabajando muy bien a las zonas blandas. No pasa del siguiente round”, decía, y al siguiente round se acababa la pelea. Nosotros quedábamos boquiabiertos y aprendíamos.
Y aunque el giro principal del establecimiento donde presenciábamos los combates eran las apuestas, pocas veces apostamos. Recuerdo en una ocasión que convencimos a mi papá de que nos prestará 20 dólares para jugarlos en favor de Simon Brown, un jamaicano sin muchas credenciales que aparecía en el papel como víctima propicia del temible noqueador sandieguino Terry Norris. Le “metimos” entonces los 20 dólares a Brown y por nocaut. Mi padre había accedido a nuestra petición para quitarnos la tentación y daba por perdido el dinero. Sin embargo, al parecer, los jovencitos ya habían aprendido algo del asunto y decidieron arriesgar los billetes verdes en favor del jamaicano, porque su récord decía que pegaba duro y porque Terry Norris tenía quijada de cristal. Esa fue la ecuación que a final de cuentas nos redituó casi 150 dólares, una tarde de diciembre de 1993.
Ante el asombro de los expertos y de la gente que se la había jugado con Norris, Brown lo liquidó solamente en cuatro asaltos. Los únicos contentos en todo el lugar éramos nosotros. Cobramos entonces la apuesta y mi padre nos dio 130 dólares para que los repartiéramos ente los dos. Minutos después, Julio César Chávez noqueó en el duelo estelar a un inglés que no le representó mayor problema y nos fuimos a cenar a un restaurante de comida mexicana que estaba situado detrás del Palacio Azteca. Sentados, frente a un bistec y un agua de horchata, el viejo nos paró en seco la alegría de haber salido airosos en la apuesta de esa noche. Detrás del humo de su café, nos vio fijamente con ojos sabios y, con su boina de marinero griego bien puesta, nos dijo que de su bolsa no saldría para volver a apostar. Sorbió el café y agregó que una persona inteligente no cae en esas cosas, y que arriesgar el dinero de esa manera puede convertirse en un vicio que suele llevarte a la ruina.
Tiempo después, nos presentó en el Book a un hombre que parecía árabe. Pasaba fácilmente de los sesenta años. Lo habíamos visto en muchas ocasiones sentado en una mesa de la entrada, pero hasta ese día había sido para nosotros un desconocido más. Intentaba verse elegante pero su ropa parecía vieja y pasada de moda, al igual que su sombrero desteñido. De la bolsa de su camisa asomaban múltiples papelitos que compartían el reducido espacio con una pluma plateada; eran parlays y trifectas. Durante la breve charla le agradeció a mi padre por la entrevista de semblanza que le había hecho para la sección cultural del extinto Diario 29. “Ahora todo mundo quiere tomarse una foto conmigo. ¡Gracias, Lizardi!”, le dijo con euforia, le estrechó la mano y se marchó a tomar la hoja de apuestas de Santa Anita.
Luego me enteré que el tipo de aspecto árabe era un apostador “profesional”, con cuenta abierta y crédito en el Book, y que no trabajaba, pues las ganancias y pérdidas de sus jugadas diarias eran su forma de vida. En un principio, a mis 16 años de edad, sentí admiración por un tipo que se ganaba la vida desafiando al azar y viendo deportes todos los días. Pero la admiración terminó en asombro y en cierta compasión, cuando leí en la entrevista que el señor se había divorciado tres veces y que ninguno de sus siete hijos, todos ellos producto de sus tres infelices matrimonios, quería verlo por su adicción.
Lizardi lo cumplió. Nunca nos volvió a subsidiar una apuesta. De esta manera, asimilamos perfectamente la lección y aunque no podemos decir que no volvimos a apostar más, aprendimos a apreciar el deporte en su esencia y a separar de cualquier interés económico las emociones tan genuinas que produce. Entendimos que estábamos del otro lado, en este aspecto, el día que un individuo quebró una botella contra la pared del Book de la Ocho, después de que Jimmy Lenon Jr. anunció que Julio César Chávez había perdido lo invicto, luego de 90 combates, con el desconocido Frankie Randall. El hombre había dejado en las cajas miles de dólares y su pena y su rabia eran grandes, tan grandes como el asombro y la tristeza que nos invadió a mi hermano y a mí. Asombro y tristeza legítimos, que no tenían nada que ver con dinero. Igual, casi lloramos cuando Carbajal noqueó a la “Chiquita”, y nuestro pesar no tuvo tampoco relación alguna con algo material.
Frecuentamos “en familia” aquel lugar hasta finales de los años noventa. Los lunes íbamos al box al Palenque del Hipódromo o al Auditorio Municipal, cuando había, y los sábados al Book. El dólar estaba a menos de tres pesos y la Avenida Revolución era un hervidero hasta los lunes por la noche. Ni que decir los sábados, cuando dábamos un rol después de las peleas desde la calle Octava a veces hasta la Primera. En el recorrido, yo me fijaba bien en toda la gente porque un encargado de una tienda de pieles nos había dicho que a Julio César Chávez le gustaba caminar por ahí. Nunca lo vi y un día tuve la desdicha de subirme a la rueda de la fortuna en la Feria Tijuana -cuando la instalaban en el estacionamiento del Hipódromo- y encontrar a mi descenso a toda mi familia muy contenta e impactada porque acababan de estrechar la mano del “César del Boxeo”. ¡Vaya suertecita!
Poco después, Julio César caería de la gracia de mi padre la noche en la que tomó el micrófono después de una de sus épicas batallas, y le dedicó su hazaña “…a mi amigo, el Licenciado Carlos Salinas de Gortari…”. “¡Hijo de su pinche madre! ¡Qué corriente y lame huevos!”, dijo Lizardi, visiblemente contrariado. Luego lo perdonó. Posiblemente separó al boxeador extraordinario del hombre ignorante y nos llevó al Book a ver muchas de las proezas que le faltaban. Volvieron los elogios: “Es un superdotado; está muy cabrón… sólo el tiempo lo puede vencer”.
Y así como el tiempo hizo su trabajo de manera implacable y acabó con un boxeador que parecía invencible, también apareció para modificar nuestras circunstancias. Las familias por diversas razones se disgregan, uno crece y llega un momento en el que no le apetece salir con los padres, y todo cambia. Creemos siempre que vamos hacia tiempos mejores, sin darnos cuenta de que ya hemos vivido una gran parte de lo mejor de nuestras vidas.
Las pasiones y gustos que se siembran en un infante o en un joven, pueden germinar de diferentes maneras. En nuestro caso, el asunto fue más allá de la contemplación. En primer término, somos y seremos siempre aficionados recalcitrantes. De esos que defienden al boxeo aún con evidencias grandes en contra. Y en segundo término, en el caso particular de mi hermano, se puede decir que llevó el asunto al extremo. Se subió al ring 32 veces, hizo rezar a mi madre y a mis abuelas con verdadera devoción y nos causó tremendas angustias y orgullos. A final de cuentas hizo una carrera digna, lejos de la élite, pero podrá contarles a los más pequeños de la familia que peleó en Las Vegas y que salió en televisión varias veces. En mi caso, siempre supe que no iba a ser boxeador. Me acobardaba con el primer golpe que recibía en la cara y sólo pensaba en cubrirme y en correr, cuando llegué a ponerme los guantes con amigos o primos. Tal vez esa cobardía sea el motivo real de mi admiración profunda por los pugilistas, a quienes he rendido culto contando sus historias con mi pluma, buena o mala, pero siempre honesta y pasional. Al 2017, desde la era postchávez, es decir, del año 2000 para acá, acumulo más de 100 contiendas de campeonato mundial, cubiertas para diversos medios, y creo que nunca me aburriré: voy por otras cien, por lo pronto.
Actualmente, en México tenemos la fortuna de poder apreciar casi todas las grandes funciones de boxeo desde la comodidad del hogar. Sin embargo, a veces me vencen los recuerdos y emprendo camino hacia los viejos lugares. Entonces, cuando cruzo esa calle con las manos vacías quisiera traer de nuevo conmigo todos esos periódicos y libros que no me dejaban caminar. Inevitablemente recuerdo cuando Chávez era invencible, cuando tomaba clamato sin licor y cuando me peleaba con mi hermano por leer primero el “Super Luchas”.
Edmundo F. Hernández Vergara
13 comentarios
MERE ETONCES AUN KON PLOIBISION DE LA TV ABIELTA CIN APOYIO DE LOS MEJIKANOS TENEAN SUPERKANPIONES MEJIKO Y NO ANDABAN KON YIORADELA ANTIYIANAS
Y UNOS TROMPUDOS KE LADLAN POL AKE KE ZON LAS MESMA RENKALNASIONES DE SEUS ZUS PORKERIAS I KE NAIDEN LOS KIERE
ZOLO YIORADELA KON ZUS KANPIONES DE KARTON
WEEEPAAAA!
JEJEJEJEJE
HERMOSOS RECUERDOS AQUELLOS,, RECORDAR ES VIVIR.
LES RECOMIENDO BUSCAR EN GOOGLE.
LA NOCHE MAS TRISTE DEL BOXEO MEXICANO.
CUANDO SUBE BORRACHO RODOLFO EL CHANGO CASANOVA A PELEAR POR EL TITULO.
EXTRAORDINARIA HITORIA.
SR. EDMUNDO HERNANDEZ
BONITO ESCRITO,,, LO FELICITO.
Y SR. SIMON PIÑA,,,,,, CUANDO NOS RECUERDA OTRO PELEADOR LATINO.
A VER SI TIENE ALGO DE:
DON CARLOS ORTIZ
VICTOR GALINDEZ
EL ÑATO MARCEL
EL TOLUCO LOPEZ
O LA HISTORIA COMPLETA DEL PORQUE DE LA MUERTE DE ARTIRO GATTI.
ESTA ESTA ESPELUZNANTE,,, COMO SU ESPOSA HIZO TODO UN CRIMEN PERFECTO,, SE QUEDO CON MAS DE 5 GRANDES DE DOLAR-
Y SALIO ABSUELTA.,,, ESTA INCREIBLE,, ESTA ME LA CHUTE POR HISTORY CHANEL Y EL ID.
TODO UNA LEYENDA CHAVEZ JR NO TARADA LA PAYASITA MULTICUENTAS A DESPRESTIGIARLO Y HABLAR DE SU RIDÍCULA LISTA. QUE CURIOSO NINGUN ARGENTINO EN SU LISTA DE LA FANTASÍA
CHÁVEZ EL MÁXIMO LATINO DE TODOS LOS TIEMPOS POR ENCIMA DE LA OTRA LEYENDA DURAN.
Bonita nota. Se agradece el tono de novela.
Enhorabuena.
Gran cronica, me regreso por unos instantes a mi adolescencia y en aquel entonces ya empezaba a tener una gran aficion por el boxeo
FELICIDADES AL SR. EDMUNDO, TIENE UN ESTILO MUY ENTRETENIDO PARA ESCRIBIR. OJALÁ LO HICIERA MÁS SEGUIDO… ME ENCANTÓ!
MARQUES DE LA SERENA,,,,,,,,, KONAN
ASI ES COMPAS.
YA VEN QUE ESTE TIPO DE ESCRITOS Y LOS QUE HACE SIMON PIÑA NO HACEN AMPULA.
POR ESO LA RAZA NO LE ENTRA A LA CARRILLA.
COMO CUANDO SIMON PIÑA RECONOCE A :
SAL SANCHEZ
ARGUELLO
GOMEZ
GALINDEZ,, Y OTROS MAS.
ES PA LA LECTURA Y QUEDARSE CALLADITOS,,, SE ACEPTA NATURAL.
Gran historia!
MERE YIO ME AKUELDAN KUANDO SHIABES LE KITO LO MASHIO A KAMASHIO
ANDABA YIO DE BAKASIONES EN MEJIKO EN EL MERO DISTRETO FEDERAL
Y EXE DIA DE LA PELIA LA SIUDAD PALESIA SIUDAD FANTASMA TODOS KOMO PUDIELON
CE JUELON A BEL KOMO EMPINO SHIABES A LA PAYIASO SEJAS DEPILADAS DE KAMASHIO
RESTAURANTES A REBENTALES TODO NEGOSIO KE TENEA EL PPV EN MEJIKO ESTABAN YIENOS
WEEEPPPAAAA
Exelente relato; felicidades. Un comentario fuera del box: qué cierta esa frase de “Creemos siempre que vamos hacia tiempos mejores, sin darnos cuenta de que ya hemos vivido una gran parte de lo mejor de nuestras vidas”. Como diría el buen Armando Fuentes Aguirre, Catón: digna de ser inscrita en bronce eterno o en mármol duradero. Saludos
Siempre me pregunto de donde sera PRUSA… yo creo que es cubano erradicado en miami