Por Sergio Nuñez Vadillo
El silencio es uno de los elementos con mayor simbología que envuelve una velada de boxeo. Ver a un boxeador subirse al ring es un retrato puro de solemnidad, liturgia y pleitesía, debido, sobre todo, a sus elevadas dotes de épica y autenticidad.
Y es que a pesar de la evolución temporal que todos los deportes han sufrido, la escenificación pugilística todavía se mantiene inalterable en el tiempo: un juez más dos boxeadores sobre un escenario enigmático, el cuadrilátero.
El tiempo es otro elemento simbólico de este particular deporte, ya que marca cada movimiento del boxeador mucho antes de subirse al ring. Pues, desde su nombramiento como aspirante al título empieza la cuenta atrás contra la báscula, su primer gran rival, al que tiene que vencer en la más absoluta soledad, tanto a ella como a su propio peso. Existen 14 categorías en boxeo, siendo los pesos más livianos los que mayores problemas tienen para dar el peso, ya que apenas dicta kilo y medio entre división.
A continuación comienza el combate en la sombra contra el rival, estudiando su estrategia, golpes, estilo, distancia, esquivas, guardia, desplazamientos…, en ocasiones el resultado de una combate depende, muy mucho, del tiempo que cada boxeador tenga para prepararlo, por eso es vital estar siempre en el peso y bien preparado. Hay ocasiones en las que un púgil retrasa la pelea por lesión prematura o, simplemente, ampliar su tiempo de entreno utilizando vilmente esta triquiñuela sórdida.
La elección de los sparrings es una decisión muy importante para el púgil, pues es preciso llegar al combate con enfrentamientos supervisados con otros boxeadores de un nivel similar al contrincante. De esta manera se intenta transmitir unas sensaciones equivalentes a los asaltos del combate oficial, con el objetivo de catapultarlo a las postrimerías de las 16 cuerdas en un estado físico y mental óptimo.
La semana anterior al gran día, o mejor dicho velada, que es un término más clásico; el boxeador en envuelve en un aura de espiritualidad y lirismo muy propio de los luchadores de la antigua Grecia, puesto que su cuerpo y mente comienza a generar un sensación mística que le eleva a la soledad, la concentración plena, el ensimismamiento retrospectivo, con la única intención de conectar con su ser, redimirlo, embocarlo hasta el día pactado.
La víspera del combate se celebra uno de los rituales más solemnes y litúrgicos del deporte contemporáneo: el pesaje oficial. Este acontecimiento sublime es el prólogo, o incluso, primer asalto del combate, ya que si un boxeador no entra dentro del peso convenido, puede ser descalificado. En ocasiones el boxeador se envuelve en ropajes impropios para sudar y así perder peso, aunque no siempre lo consigue y tiene que competir sabiendo que ya ha perdido la contienda.
Las 24 horas después del pesaje el púgil se sumerge en una diáspora absoluta de abstracción. El tiempo sigue su transcurso y la ansiedad invade su alma. Serenidad, apaciguamiento, templanza, meditación son los adjetivos más descriptivos del sentimiento de un boxeador en las horas previas al combate, a pesar de que su mente inquieta transmite todo lo contrario. Los pensamientos obtusos son el primer rival al que se enfrenta.
El prolegómeno a la velada es tiempo de plenitud deportiva y personal. El ser conecta su yo humano con su ego iracundo. De esta manera la persona da paso a un luchador, a un guerrero, a un actor a punto de interpretar una comedia ficticia en el olimpo, entre una diáspora soñadora y la realidad omnipresente.
Ya en el recinto entra en juego el programa establecido según la normativa legal. Sigue el ritual. Cada boxeador se acomoda en su vestuario correspondiente según la esquina asignada, roja o azul, bien si es local o visitante, campeón o aspirante; asimismo tanto en cuanto sea su orden de participación. Aunque el tiempo puede alterar las circunstancias de cada confrontación si los combates anteriores llegan al final con antelación, ya que el boxeo es el único deporte donde el tiempo se puede paralizar si hubiera K.O. Por ello es preciso que el púgil esté preparado con bastante anterioridad. El péndulo marca cada movimiento.
Con anterioridad sucede uno de los procesos litúrgicos más arraigados en el pugilato: el vendaje de los puños; aunque más bien es un rito de exaltación entre el entrenador y su pupilo. Esta ceremonia debe hacerse con la vigilancia de un juez del organismo que supervise la velada, que luego sella los guantes, además de un miembro del equipo rival. Cada peldaño en boxeo significa un paso menos hacía el ring.
El camino desde el vestuario hasta el cuadrilátero es un auténtico circunloquio de catarsis empírica. El púgil camina en una nube, se siente en el nirvana al son de su música predilecta que lo acompaña de fondo. Se gusta a sí mismo. Sístole y diástole en estado puro.
Ya sobre el ensogado saluda al público que enfervorizado asiente con sus manos o imita con gesticulaciones los directos, jabs, uppercut o crochet de su boxeador predilecto, y es que si algo difiere el boxeo con el resto de deportes es que sus aficionados antes que apoyar a un boxeador son amantes del deporte en sí. El resultado es secundario. El púgil comprueba la tensión de las cuerdas, saluda al rival, se despoja de la bata, toalla o amuletos. Recibe las últimas indicaciones del entrenador, o mejor dicho, segundo. El juez de la contienda les recibe en el centro del cuadrilátero para marcar las pautas del combate. Vuelven a la esquina, suena la campana. Gong.
Cada combate es una vida. Cada asalto una encrucijada. Y siempre marcado por una escueta campana que delimita los asaltos, tres minutos cada episodio y un minuto de respiro entre asalto. Si el boxeador cae a la lona, el árbitro induce la cuenta de protección hasta diez, ante la mirada atónita del rival que desde la esquina neutral espera que su rival no se levante. Si se levantase antes de llegar a diez, el referee comprueba que puede continuar, de ser así vuelve a citarlos en el centro del ring. Box.
El silencio es la banda sonora tradicional de cualquier velada de boxeo. El espectador es envuelto en un aura mágica magnetizado por la sensación de presenciar algo insólito; una ceremonia viva, memorable, desigual, donde el tiempo marca cada momento, y cada momento marca el destino del boxeador. Y todo ello bajo los tañidos de una insignificante campana.
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2 comentarios
Tremendo el artículo, muy bueno
Este Sergio será hermano de Pascual? Se avientan sus chaquetas mentales..