Edmundo F. Hernández Vergara
Los Ángeles, Ca.-“Aquí empezó todo”, dijo Benjamín Rendón, en cuanto apoyó sus dos pies y su bastón de madera fina en la entrada del recinto. Acto seguido, hizo un paneo a la concurrencia con la mirada y expresó: “Esto me da vida”.
El momento marcó el regreso del juez internacional del CMB (Consejo Mundial de Boxeo) al escenario en el que ingresó por primera ocasión en su trayectoria a un Salón de la Fama. Fue en el mes de marzo de 2015, ahí mismo, en el restaurante angelino Stevens Steakhouse, que lucía de nueva cuenta repleto, donde celebró su inducción al National Boxing Hall of Fame, junto a otros personajes célebres del arte de fistiana como Mauricio Sulaimán, Miguel Cotto y Terry Norris.
“Fue mi primera inducción. Cómo olvidar este lugar. Después, llegaron otros reconocimientos igual de importantes, pero el primero nunca se olvida. Todo esto ha sido inmerecido para mí. Ni en sueños imaginé tantos elogios para mi persona”, señala Rendón, una vez instalado en la mesa que le correspondía para el convivio de ese mediodía.
Después de esa primera vez, las distinciones llegaron una tras otra, primero en su natal Tijuana y luego en California, hasta convertirlo en toda una celebridad que ahora firma autógrafos y posa para las cámaras de los asistentes a este tipo de eventos.
La ceremonia a la que acudimos en calidad de invitados el sábado 14 de octubre tenía como finalidad reconocer principalmente la carrera de algunos pugilistas que brillaron en una época en la que la gloria costaba un poco más: cuando las peleas de campeonato eran a más de 12 rounds y el pesaje se celebraba el mismo día. La reunión fue bautizada como “15 Rounds, Down Memory Lane”.
Arribamos al lugar con media hora de anticipación. La cita estaba pactada para las once de la mañana. Nuestro buen amigo Jesse Hernández, otro personaje amable y valioso del boxeo tijuanense, nos condujo en su auto hasta el sitio. Música de los años cincuenta y sesenta amenizó un trayecto que duró lo mismo que el eclipse anular que se presentó ese día. Rendón habló en el camino del “Huracán” Carter y de su condena injusta (“¡Miren la película!”); del “Indio” Ortega y su admirable historia; de los Rolling Stones y de los Beatles; de Elvis y Chuck Berry; y de sus experiencias en las convenciones del CMB, en países tan lejanos como China y Azerbaiyán.
Juanita, la esposa de Jesse, aportó también lo suyo en aras de restarle tedio al camino.
“Yo no sé mucho de box, pero me gusta acompañar a Jesse a esos convivios. De haber sabido que se viaja tanto con el box, me hubiera gustado antes”, confiesa la señora de casi setenta años de edad.
Luego, sacó su celular y me empezó a enseñar fotos. “Mira, ese no sé quién es, pero estaba bien alto”. Era Deontay Wilder. “Aquí estoy con ese señor que dicen que es una leyenda”. Era Roberto Durán. “Este dicen que era muy bueno”. Era Miguel Cotto. “…y este señor es el que hacía las peleas buenas”. Era Don King… todo un álbum que cualquier aficionado desearía.
Juanita tararea una canción y la invade en automático la nostalgia: “¡Uh!, esa canción estaba de moda cuando conocí a Jesse. Lo conocí muy jovencita, pero nos hicimos novios hasta que cumplí 15. Él habló con mis papás. ¡Qué bonitos recuerdos! Ahora la música es muy fea; se escuchan muchas groserías”, comenta Juanita. Jesse no dice nada. El carro continúa devorando kilómetros por el freeway 5.
Y es así como se va muriendo el tiempo en un viaje, hasta que tienes tu destino enfrente. Sin darnos cuenta, a las 10:30 de la mañana ya estábamos en el estacionamiento de Stevens Steakhouse, en donde iniciamos con los encuentros agradables.
Primero fue Israel Vázquez, ese gran guerrero mexicano al que apodaban el “Magnífico” y al que le costó “un ojo de la cara”, literalmente hablando, la fama y la gloria. Venía acompañado de su pequeña hija Zoe Isabella, quien empieza a descubrir que su papá es muy famoso.
“¡Campeón, qué gusto de verte! Siempre será un honor encontrarme contigo”, le dijo de entrada Rendón de manera espontánea.
El “Magnífico” lo saludó con respeto y admiración, lo abrazó, le presentó a su hija, posó para la foto y envío saludos y felicitaciones para Moniqué, la menor de los vástagos de Rendón, por el nacimiento de Paloma. “Lo veo adentro, Benjamín”, prometió y se metió al lugar.
Después, aparecieron en nuestro camino un fotógrafo afroamericano de presencia habitual en las ceremonias de inducción, un apoderado de un colombiano invicto y, finalmente, justo en la entrada del restaurante, a Bill Dempsey Young, presidente del National Boxing Hall of Fame.
“¡Oh, Benyamíiiiiin!, thanks for being here. Welcome”, expresó con emoción el hombre de cabellera platinada que, al lado de su esposa Linda, ha logrado crear y consolidar un proyecto que solo es superado por el de Canastota en Nueva York.
Poco más de 200 personas le dan vida al salón. Bullicio, vestimentas impecables, finos aromas, saludos, abrazos, carcajadas e intercambios de tarjetas de trabajo generan la atmosfera tradicional previo a este tipo de reconocimientos. Danny “Coloradito” López, recordado por sus batallas frente a Salvador Sánchez, es de los excampeones más solicitados para la foto. Posar con Danny “Lil Red” ante el enorme cinto del CMB, que se colocó a un extremo de la sala, no tiene precio.
En nuestra mesa encontramos a dos desconocidos, una pareja de actitudes y edades opuestas. La mujer, joven, atenta y solícita; y el hombre, ya grande, engreído y serio. Para bien o para mal, solo serían acompañantes por un par de horas. Rudy Tellez, distinguido oficial del CMB y amigo entrañable de Benjamín Rendón, ocupó otros dos asientos junto a su esposa. El par de sillas que aún lucía sin dueño estaba destinado para los hermanos Ruelas, Rafael y Gabriel, figuras de la década de los noventa y recordados por brindar memorables batallas en aquellos tiempos.
Gabriel, más reservado, taciturno, pero sin perder el buen trato deja que su hermano menor conteste todas las preguntas que les hacen a ambos. Nadie toca el tema por respeto y por prudencia, pero es evidente que no volvió a ser el mismo desde aquella fatídica noche de mayo de 1995. El nombre del colombiano Jimmy García siempre dolerá no solo a Gabriel, sino a todo el mundo del boxeo.
-¡Qué gusto de verlos! Bienvenidos -los recibió Rendón-. Me alegra verlos tan hermanables como siempre.
Los Ruelas tomaron asiento. Nuestra mesa estaba completa.
-¿Hace cuanto que no van a la Yerbabuena? -retoma la plática Benjamín.
-Fíjese que teníamos como 10 años sin ir, pero en mayo nos invitaron a la pelea del “Canelo” en Guadalajara y aprovechamos para ir -respondió Rafael.
-¿Tienen familia allá?
-Muy poca. Los terrenos y las casas están allá y la familia está acá, en California -contesta el menor de los Ruelas, mientras voltea a ver a todos sus compañeros de mesa, que lo escuchan con atención.
-Debe ser bonito regresar a su tierra… ¿A qué distancia está la Yerbabuena de Guadalajara? -prosigue Rendón.
-Está como a cuatro horas; no está cerca -asegura Rafael.
-El rancho nunca se olvida -interviene de pronto Gabriel-. Recuerdo cuando andábamos en mula; íbamos por leña y ayudábamos a criar a los animales. Ya después nos trajeron para acá y nos hicimos campeones.
La amena conversación es interrumpida por la voz inconfundible de Bill Dempsey Young. El presidente del Salón Nacional de la Fama ha tomado el micrófono para dar inicio con el orden del día.
El himno nacional de los Estados Unidos es entonado de manera muy emotiva por Eva D. Jones Young, exmonarca universal a principios de siglo, que fue citada esa tarde no solo por su talento vocal, sino para hacerle entrega también de un cinto del CMB, enviado especialmente por Mauricio Sulaimán, en reconocimiento a su destacado historial sobre los cuadriláteros.
Uno a uno de los condecorados fue llamado al estrado hasta formar entre todos un conglomerado de personajes que salieron del anonimato en base a golpes. Y no es metáfora.
Entre cada nombramiento, la banda de Jazz-Rock, conformada solamente por una guitarra, un bajo y una batería -suficientes para hacer buena música- armonizaba el ambiente con fragmentos de canciones de Led Zeppelin, Black Sabbath, Ozzy Osbourne y del soundtrack de las películas de Rocky.
Los más aclamados fueron Israel Vázquez, Jaqui López, Daniel Ponce de León “El Tarahumara”, Danny “Lil Red” López, Michael Nunn y Armando Muñiz.
No hay nada que explicar. Todos ellos se ganaron la admiración y el aprecio de la gente de manera honesta. Sin embargo, Israel Vázquez intenta justificar tanto aplauso:
“En mi caso, la gente no olvida mi entrega arriba del ring. Yo peleaba para ellos, para el público que paga un boleto. Yo fui nominado en tres ocasiones consecutivas para la pelea del año, y hasta ahora no conozco a otro boxeador que pueda presumir de algo así. Por eso la gente nos reconoce tanto”, indicó el “Magnífico”.
Muy cerca de las dos de la tarde, las mesas comienzan a vaciarse. Los asistentes se esparcen de pie por todo el salón. Algunos se aflojan la corbata, se despiden y buscan la salida. Por su parte, Benjamín Rendón disfruta sus últimos minutos en el recinto donde “empezó todo”. Firma un guante enorme -como de 50 onzas- que le acerca Linda, la esposa de Bill. Ese guante solo lo firman los inmortales, solo aquéllos que han ingresado al Salón de la Fama. Benjamín sonríe satisfecho y halagado. Pero no era todo. Próximo a retirarse, lo aborda un aficionado proveniente de Tijuana. El hombre felicita al juez internacional por su trayectoria, intercambian impresiones y, finalmente, le solicita su rúbrica en el poster conmemorativo de 2015.
“No merezco tanto. El boxeo ha sido generoso conmigo”, expresa un Benjamín conmovido, en su camino a la salida.
Es momento de emprender el regreso. Jesse enciende el automóvil y así se reinicia la música. Tararea y mueve la cabeza Juanita; Rendón canta contento.
“Benjamín se las sabe todas”, dice Juanita.
Rendón sigue entonando la melodía, amaga una sonrisa y aterriza su pensamiento con palabras: “Por este tipo de convivios sigo vivo…”.
El carro emprende su camino a casa por el freeway 5, ahora hacia el sur. Suena “In Dreams” de Roy Orbison:
“Cierro mis ojos y me dejo arrastrar hacia una noche mágica…/Qué pena que todas esas cosas solo puedan pasar en sueños/Solo en sueños/En hermosos sueños…”
Tijuana está a dos horas. O, mejor dicho: a 30 o 40 éxitos de los años cincuenta y sesenta.
Fotos: EFHV