“Si no te gusta lo que digo, te destruiré, te arrancaré el alma“
MIKE TYSON
Entre una combinación efectiva de golpes a otra que propine un boxeador a su contrincante, la vida del aficionado al boxeo puede que transcurra sin que otra cosa le proporcione la misma emoción. Por eso, para el aficionado a ese deporte, el recuerdo de haber visto -desde determinada fila- a algún gran campeón sobre el ring se transmuta en un sentimiento de orgullo, de haber sido testigo de un acontecimiento. Para algunos, presentes en el Hilton de las Vegas cuando en 1986 Mike Tyson derrotó a Trevor Berbick para coronarse como el campeón mundial de los pesos pesados más joven de la historia, en una pelea irónicamente nombrada Judgment Day, la presencia del boxeador norteamericano pudo haberse tratado del advenimiento de una deidad.
Y si no se trataba de una deidad en el sentido clásico del término, Mike Tyson reunía algunos requisitos para llegar a serlo: temor como adoración que inspiraba en los mortales. Cientos de miles de fanáticos contrataron HBO o Showtime como canal de contacto para invocar al dios del combate.
El desarrollo del pay per view (pago por evento), durante los 80s, tuvo el propósito de promover eventos, sobre todo deportivos, únicos, irrepetibles en la historia de la humanidad. Aunque Tyson vs Holyfield I (pelea del año -1996-) y II (en donde ocurrió ese acto de semi canibalismo por más conocido) o Tyson vs Lewis (su última oportunidad para ser campeón), algunas de las peleas por pago por evento más lucrativas, demostraron trágicamente que Mike Tyson era un hombre de carne y hueso.
Michael Gerard Tyson, reducido para las carteleras a Mike Tyson, nació el 30 de junio de 1966 en Nueva York, en el seno de una familia fracturada; para cuando era un adolescente Brownsville, su lugar de origen, era una dura prueba de sobrevivencia. La crónica sonora The messenger de Grandmaster Flash and the Furious Five daba cuenta de la degradación social que en los 80s permeó en los distritos periféricos de la gran manzana. Los barrios marginados de Nueva York: Queens, Brownsville, Harlem, eran caldo de cultivo para la conformación del homie que se batía en esa vorágine. Entre esquina y esquina el dominio real de los hombres no era, exclusivamente, mujeres, dinero, joyas o autos robados, pues estos pasaban de mano en mano; sino el control de sí mismos de cara a los conflictos -entre hombres, regularmente- autogenerados o que parecían emanar desde el suelo de las calles.
A pesar de tener un carácter inseguro, según cuenta en su autobiografía: Undisputed Truth -Toda la verdad, en su versión melodramatizada del título en español-, con ningún horizonte aparente a la vista, Mike sorteo todo tipo de vivencias en las calles: golpizas (aunque en ocasiones él las propinaba), robo, consumo de sustancias, hasta terminar en el reformatorio Tyron en donde conoció a Bobby Stewart, instructor de boxeo del lugar, que a la postre le presentaría al mítico entrenador, cual Quirón, Cus D´Amato.
A ritmo espartano y encauzando su mente por la carretera que era la propia voz de D’Amato, llevo el pensamiento de Mike hasta hacerlo entender que la mente no es tu amiga, Mike. Espero que lo sepas. Tienes que luchar contra ella, controlarla, colocarla en su lugar. Debes dominar tus emociones. La fatiga en el cuadrilátero es psicológica en un noventa por cierto. Solo es la excusa del que quiere abandonar. Después, Mike Tyson diría: Más adelante descubriría que así funcionaba la psicología de Cus: Dale a un Hombre débil algo de fuerza y se convertirá en un adicto a ella. Aun sin que D´Amato viera a Mike convertirse en campeón. – falleció en 1985- el hombre de 1,78 cm con 90 kilos se volvió el “hombre” de los pesos pesados.
Hoy, con la capacidad de atención en entredicho, las peleas de Mike Tyson serían una prueba de concentración. De sus 50 victorias en el profesionalismo, producto de su fiel estilo: Peek–a–boo, 44 terminaron en TKO, y 23 de ellas fueron en el primer round.
Los delirios me llevaban a pensar que la gente echaría flores a mis pies
En la cúspide de su montaña de dinero por sus logros sobre el ring -se calcula que llegó a tener 300 millones de dólares-, en su prime deportivo, y después de la muerte de su mentor Cus D´Amato, Mike vivió, en ese momento, como solo él sabía hacerlo: frecuentando a los antiguos amigos de Brownsville, viviendo de noche, y con una adicción por las mujeres; sin que nadie le enseñara a poner orden en su vida. Su relación con el excéntrico promotor Don King y su complicada relación con la actriz Robin Givens le acarrearía, primero, para sorpresa de propios y extraños, la derrota contra James “Buster” Douglas.
Fue, además de su primera derrota y pérdida del título, uno de los mayores batacazos en la historia del deporte. Después, el paso por la cárcel a raíz del supuesto caso de abuso sexual a Desiree Washington.
El regreso de Mike al ensogado fue en noviembre del 2020 en una pelea contra el exboxeador Roy Jones Jr.; ahora, a sus 58 años, contra la celebridad de internet Jake Paul, es un ejemplo del concepto nietzscheano del eterno retorno reinterpretado por el capitalismo: la sobreexplotación de la nostalgia.
Las viejas glorias de todas las formas posibles regresan: fílmicas, musicales, deportivas… El fin de los dioses no solo es producto del dominio tecno científico, sino, como afirmó Guy Debord, de la espectacularización.
¿Acaso deportista/dios/héroe-imagen-espectáculo-mercancía/humano -que reapareció en un evento de Netflix que fue más una máquina de hacer dinero que una pelea, cosa que nunca paso en los 8 rounds que transcurrieron sin mucha acción- tenía realmente otra oportunidad, a sus cerca de 60 años, de ser nuevamente “el hombre más malo del planeta”?
Por Erick Avila Suantz
1 comentario
Creo que fue Hegel quien decía.
“La historia se repite 2 veces.
La 1era como tragedia.
La segunda como farsa.”
O algo así. De ida y vuelta. Dialéctica.
Tienes razón. La espectacularizacion de Mike Tyson nos lleva a vivir la farsa de hoy día.
El espectáculo crea estrellas y las mantiene brillando. Para que su brillo nos deslumbre.
Jajaja