Edmundo F. Hernández Vergara
A Benjamín Rendón lo conocí en 2003 durante una función de boxeo en Tijuana. No podía ser en otro sitio. Recuerdo que esa noche llegué tarde al Auditorio Municipal y no encontré un solo espacio disponible en la zona destinada para la prensa alrededor del ring. Seguramente la función era muy atractiva porque normalmente había lugares de sobra.
Entonces, fui en busca de Guillermo Brito, concertador de encuentros de Zanfer, empresa promotora de la velada. Le expliqué mi apuro y lo resolvió sin muchas complicaciones. Un par de indicaciones de la mano derecha de Fernando Beltrán bastaron para que se colocara una silla para el enviado del semanario Zeta, muy próxima al cuadrilátero y al lado de uno de los jueces, casi hombro con hombro.
El juez al que haría compañía durante toda la función andaba en el baño y, a su regreso, encontró incómodo –y con justa razón- que un periodista estuviera instalado tan cerca de sus tarjetas. Vestía de impecable traje y corbata; de estatura considerable, espigado y presencia sólida, peinaba su cabello entrecano hacia atrás. Ya pasaba de los sesenta, pero se apreciaba mejor conservado que muchos jóvenes. Enérgico pero sin perder en ningún momento la cordura y la educación, me pidió que buscara otro sitio para ver la función porque le estorbaba. Me explicó que un juez no debe tener distracciones y que no era correcto que un enviado de la prensa permaneciera tan cerca de un oficial de ring. Se puede malinterpretar, me dijo. Sus razones me parecieron convincentes, pero no accedí a su petición, no recuerdo si por capricho o porque deseaba presenciar la función pegado al ensogado.
Muy contrariado, Rendón mandó llamar a Brito, quien no sabía si complacer al oficial de la Comisión de Box o a la prensa. Entre la espada y la pared, el “matchmaker” de Zanfer sacó a relucir sus recursos políticos y nos invitó a que nos arregláramos entre nosotros. Pero no hubo fuerza de ninguna especie que me hiciera cambiar de opinión. Y ahí me quedé, a un costado de aquel hombre que no me quería cerca y que me parecía sumamente quisquilloso y antipático en esos momentos. Nunca imaginé que de aquella experiencia incómoda surgiría una de las amistades más importantes en mi vida. Y ahí estábamos, hombro con hombro, apretujados en un espacio en donde ya no cabía nadie más. Intercambiamos miradas de soslayo poco amistosas en un par de ocasiones, hasta que llegó un punto en el que percibí que el juez se encontraba relajado y tal vez resignado.
Entonces, sucedió lo inesperado. Empezamos a conversar de boxeo; de qué más. A Rendón le había agradado el estilo y la calidad del muchacho que acababa de noquear frente a nosotros a su rival. “Tiene cualidades y buena pegada”, me dijo, y yo solo asentí con la cabeza, renuente aún a la plática tras el momento poco agradable que habíamos pasado. Entre pelea y pelea me dirigía comentarios y yo me empecé a ablandar, y decidí quitar el freno de mano que me impedía intercambiar puntos de vista con él. Me dijo que era juez internacional y me ofreció una disculpa por la forma poco deseada en la que nos habíamos conocido. Me entregó al final de la velada una tarjeta con sus teléfonos y correos electrónicos. Le di la mano y guardé el cartoncito en mi cartera para el futuro; es buena entrevista, pensé.
Coincidimos después en varias funciones y nos saludábamos como buenos conocidos. De ahí, empecé a visitarlo en las instalaciones de la Comisión de Box cuando tenía alguna duda con respecto a pugilistas y contiendas de antaño. Consultar a Benjamín Rendón me garantizaba el dato preciso y correcto para mis trabajos periodísticos, en una época en la que el internet se encontraba lejos de su auge. Le dediqué un par de entrevistas a su persona y al juez, tras su regreso de las convenciones del CMB, y aprendí paulatinamente a valorarlo y a apreciarlo.
Sin embargo, fue a partir de 2005 cuando la amistad se consolidó. En marzo de ese año, el empresario Dimas Campos me invitó a integrarme como Secretario Ejecutivo de la Comisión de Box y Lucha Libre, que encabezaba como presidente y en la cual Benjamín Rendón fungía como Comisionado de Boxeo. Conformamos un gran equipo y se hizo un trabajo realmente loable en favor de los deportes de contacto en Tijuana. Fueron seis años de aprendizaje continuo, en mi caso, y de conocer el boxeo hasta el tuétano.
Paradojas de la vida: muy pronto tuve la oportunidad de vivir el lado opuesto de la situación. No fue tarea sencilla en un inicio, pero me acostumbré. ¿Cómo solicitarles a mis colegas periodistas durante las funciones que no se sentaran al lado de los jueces, si me sentía en sus zapatos cuando estaba hablando con ellos? Y lo hice, una y mil veces por encargo de los comisionados o por iniciativa propia. En busca de la mayor transparencia posible en los eventos y de la comodidad de los oficiales, me vi obligado a limpiar la zona y a alejar a la prensa y a otros personajes de las tarjetas que deciden un resultado. Siempre, en esos instantes, me asaltaba el recuerdo de mi experiencia con Rendón; era inevitable.
De esta manera, entre ceremonias de pesaje, juntas y noches de boxeo surgió una amistad sincera, y conocí al Benjamín Rendón que sabe de vinos, jazz y blues. Conocí al Benjamín Rendón padre, esposo y abuelo, que me abrió las puertas de su casa, en donde hemos presenciado memorables contiendas y convivido en fechas especiales. Así conocí a “El Caballero del Boxeo”, como bien lo llama desde aquella época Dimas Campos, por su impecable vestimenta y sus educadas formas en el trato.
Por fortuna, lo he visto arribar a los 77 años de edad que ahora tiene y ser testigo de los reconocimientos que han llegado por racimos en los últimos años. Todos ellos de manera merecida. El más reciente, apenas el pasado sábado 20 de octubre, fecha en la que ingresó al Salón de la Fama del Boxeo del estado de California por su brillante trayectoria como oficial del CMB.
Ante una concurrencia aproximada de 400 personas, que se dieron cita en el lujoso recinto del Boulevard Ventura, muy cerca de Hollywood, Rendón Castrejón tomó el micrófono pasadas las dos de la tarde de un evento que había iniciado a mediodía, y agradeció con las palabras justas y exactas la distinción. En medio del calor de los aplausos, abrazó a su hija Moniqué, quien le había dedicado un emotivo discurso de inducción. Luego, Carol Steindler y Bill Dempsey, organizadores del evento, le hicieron entrega de la placa que lo acredita como nuevo integrante del prestigioso salón de California y, al bajar del estrado, lo esperaban los abrazos de felicitación y decenas de celulares en modo de cámara para captar el momento con la placa en medio y en pose pugilística –con el puño bien cerrado y apuntando a la barbilla- con el nuevo inmortal. También se dio el lujo de firmar algunos autógrafos en revistas conmemorativas del evento. Alimento puro para un personaje que gusta del glamur y sabe manejarlo perfectamente.
Y ahí estuve, al lado de otros amigos provenientes de Tijuana, como el Arquitecto Leobardo Ibarra y el Contador Salomón Ojeda. No podía fallarle. Una semana antes de la ceremonia hablé con él vía telefónica. Lo encontré un tanto afligido hacia mi persona porque no me había comunicado en días pasados. Me disculpé y me pidió que no dejara de asistir; me dijo que era su última inducción y me dejó entrever que, por su edad, no sabía en qué momento podía dejar de estar con nosotros. Lo animé y le dejé claro que un hombre tan lúcido, sano y que se cuida como él lo hace, no se puede ir mañana.
Por alguna razón, al término de la llamada me imaginé cómo voy a ser cuando llegue a la edad de Benjamín Rendón, si es que llego. Me agradó pensar que el contacto con él puede dejar en mí algunos de sus atributos como hombre ejemplar. Tal vez yo sea también salón de la fama en un futuro. No lo sé, no es mi aspiración y posiblemente nunca realice nada para merecerlo. Me satisface más la idea de visualizarme con el cabello albo y el rostro agrietado por los años, discutiendo con algún joven impertinente que me estorba para realizar una entrevista de banqueta a alguna nueva figura del boxeo, un joven al que instantes después haré mi amigo y le enseñaré con el tiempo todo lo que en la vida aprendí.
LA INDUCCIÓN
Los Ángeles, Ca.-El traje y la corbata que me iba a poner para el evento se quedaron en la tintorería. Una noche antes de emprender camino rumbo a Los Ángeles, me cerraron la puerta en la cara cuando fui a recogerlos. No me quedó más remedio que explorar mi clóset y elegir lo que mejor encontré: un saco gris verdoso, camisa azul cielo y unos jeans. Nada mal, pensé. Pero cuando entramos al Sportsmen`s Lodge del Boulevard Ventura, sede de la ceremonia de inducción del Salón de la Fama del Boxeo en su versión californiana, me sentí fuera de lugar frente a los imponentes esmóquines y los lujos del salón. Fue una sensación momentánea que desapareció en cuanto empecé a saludar gente.
Una vez adaptado al momento y al lugar, busqué a Michael Carbajal, quien esa tarde ingresaría al recinto como parte de la clase 2018. Lo encontré en medio de un grupo de personas que esperaban su turno para solicitarle una fotografía o una firma en guantes o revistas. Esperé pacientemente y, cuando tuve la oportunidad, le pedí que posara para una selfie. Le agradecí y aproveché el momento para decirle que sus peleas contra Humberto “Chiquita” González forman parte de los mejores recuerdos que tengo de mi afición al boxeo. Era yo un adolescente -le dije- y casi lloro el día que noqueaste a la “Chiquita”. Michael rió de buena gana y le aclaré que el tiempo me permitió valorarlo en su real dimensión. “Por eso te pedí esta foto”, le expliqué y el legendario minimosca se desvivió en agradecimientos.
Del otro lado del salón estaban los Espadas, los Guty, la primera pareja padre e hijo en la historia del boxeo en ser campeones del mundo. Los yucatecos firmaban autógrafos y posaban complacidos para las cámaras, al igual que Carbajal. Muy cerca de ellos, los asistentes de mayor edad habían reconocido a Eudibiel “Chango” Carmona, monarca ligero del CMB a principios de los años setenta. “Era muy aguerrido, pero el `Gato´ González lo noqueó en la primera defensa”, me aclaró mi amigo y acompañante de esa tarde Salomón Ojeda.
Para esos momentos ya había saludado a Benjamín Rendón, quien me pidió que le tomara una fotografía con el “Manitas de Piedra” antes de que Bill Dempsey, organizador y maestro de ceremonias del evento, iniciara con las inducciones. Y el turno en primera instancia fue precisamente para Michael Carbajal, por mucho, uno de los personajes más aplaudidos de la tarde. Había iniciado, entonces, el desfile rumbo a la consagración en su edición 2018, que incluyó pugilistas, promotores, oficiales, periodistas y comentaristas de televisión.
Así, pasadas las dos de la tarde llegó el momento esperado para todos los que viajamos desde Tijuana. El prestigioso oficial del Consejo Mundial de Boxeo, Benjamín Rendón Castrejón, subió al estrado después de un emotivo discurso de inducción que le dedicó su hija Moniqué, la menor y la única que ha seguido sus pasos en el arte de fistiana. Entonces, el “Caballero del Boxeo”, como se le conoce en el ambiente, tomó el micrófono ante poco más de 400 personas que se dieron cita, y expresó visiblemente conmovido:
“Estoy muy emocionado; lo digo con sinceridad. Posiblemente no merezca este reconocimiento, pero de una cosa sí estoy seguro: cada paso que he dado en el mundo del boxeo, lo he dado con convicción y he hecho siempre las cosas con honestidad, preparación y mucho cariño. He entregado mi vida al boxeo, pero nada de esto sería posible sin el respaldo incondicional de mi familia y amigos. Agradezco a mi esposa y a mis hijos, principalmente, porque han soportado mis ausencias debido a asignaciones de peleas importantes en diversas partes del mundo y a mis viajes a las convenciones. Toda mi admiración y respeto para mi familia”, expresó Rendón, provocando el aplauso sincero del auditorio.
Una vez apagadas las palmas, agregaría: “Este agradecimiento es extensivo para mis compañeros y amigos cercanos. Puedo decir, a final de cuentas, que la gente del boxeo es mi segunda familia. De igual manera, siempre tengo presente la imagen del señor José Sulaimán, un ejemplo a seguir por su bondad y por la inteligencia con la que dirigió durante tantos años el Consejo Mundial de Boxeo. Siempre lo tengo presente. Les doy las gracias a todos y que Dios los bendiga”.
Acto seguido, Carol Steindler y Bill Sempsey, le hicieron entrega de la placa que lo acreditaba desde ese momento como nuevo integrante del Salón de la Fama del Boxeo de California, ante el orgullo de su familia y amigos cercanos que lo acompañaron.
En la misma ceremonia fueron inducidos otros personajes de carreras sobresalientes, como José Celaya, Erick Gómez, Dee Collier, Frankie Liles, Gene Aguilera; Kathy Duva, Jim Gray, Wayne Hedgepeth, Julie Liderman, Jimmy Montoya y Mike North; así como Alejandro Rochín, Nancy Rodríguez, Michael Carbajal, Euidibiel “Chango” Carmona, Guty Espadas Sr. y Guty Espadas Jr.
Para Benjamín Rendón, de 77 años de edad, su inducción al Salón de la Fama del Boxeo de California, representa el reconocimiento más importante de su recorrido en torno de los cuadriláteros en el mundo. Merecidamente, su labor no ha pasado desapercibida y puede afirmar con orgullo que también es miembro del Salón de la Fama del Deporte de Tijuana, desde el 11 de julio de 2009; al igual que del Salón Nacional del Boxeo de Los Ángeles, desde el 7 de marzo de 2015 y que en julio de 2011, ingresó, como personaje distinguido, al Museo de Leyendas del Consejo Mundial de Boxeo.
No existe espacio para la duda ni para la polémica, su trayectoria y su don de gentes pesan: Rendón Castrejón, “Mino”, Benji, el “Caballero del Boxeo” o como deseen llamarlo, es, desde hace tiempo, uno de los hombres de pantalón largo más importantes en la historia del boxeo de Tijuana.
FOTOS: EFHV
1 comentario
Muy buen escrito. Se agradece el estilo de novela. Soy seguidor del sr. Edmundo F. Hernández… Creo que es el mejor escritor de solo boxeo sin que se me ofenda nadie, ojalá escribiera más! Saludos a todos y también a Benjamín Rendón muy buena persona que siempre ha trabajado honestamente en favor del box