Re: POST OFICIAL: "JUNIOR vs MARAVILLA" - SÁBADO 15 SEPTIEMB
Publicado: Mar Sep 11, 2012 4:24 pm
por picotto
México, DF
lunes, 10 de septiembre de 2012 | 12:12
Da clíck aquí y ve el video de La tarjeta de Don Lama
Las peleas de Sergio Martínez son un desafío estratégico y táctico. Las de Julio César Chávez son de disparar y eludir balazos. Chávez es poder y es presión, Martínez es velocidad y es inteligencia. A mi modo de ver Chávez no ha tocado techo en su carrera, y Martínez, que lo ha tocado hace mucho, a esta altura de las cosas aún deja algunas dudas.
Los boxeadores son tan grandes como la oposición que han derrotado. Veo el récord de Chávez, y lo pienso, y lo vuelvo a pensar. Me pregunto a quién le ha ganado para ofrecer garantías. John Duddy es respetable, y también Andy Lee, pero no son superestrellas. Me digo: “si le hubiera ganado a un Maravilla Martínez sería otra cosa…” Chávez Junior no ha tenido todavía su gran guerra, y la gran guerra es lo que confirma, solidifica y prueba a fondo los alcances de un boxeador. El día que se presenta ese examen, algunos producen algo extra, se subliman, invaden lo inhóspito con sed animal, sacan hasta la última reserva de coraje de sus entrañas y se consagran para siempre entre los de una estirpe. La gran guerra de su padre, el César de los boxeadores mexicanos, fue con Meldrick Taylor, cuando transformó en victoria, como si fuera capaz de desafiar designios divinos, una derrota inminente.
Martínez ha tenido méritos y suerte, como sucedió en la segunda pelea con Paul Williams. El combate no era presagio de una noche fácil para el argentino, y fue fácil, porque un golpe oportuno y bienhechor lo catapultó a esa victoria sorprendente. Veo su récord y me digo: “si ya le hubiera ganado a Julio César Chávez habría cancelado una cuota de certezas pendientes…”
A sus 37 años Sergio Martínez pelea como si fuera mucho más joven, apuntalado por el extremo cuidado que tiene de su cuerpo y de sus emociones. Algún día comenzará a declinar, no sabemos cuándo, pero mientras ese declive no esté a la vista sólo se puede decir que ha conjurado el efecto del paso de los años. No es un detalle pequeño, porque atenúa la ventaja que para el Junior representa tener once años menos. Ninguno de los dos ha sido noqueado, lo que nos hace pensar que la pelea se puede ir a las tarjetas. Ahí sí habrá que estar confesados por si nos toca el cielo o el infierno con la intervención de los jueces de Nevada, enlodados ahora por el descrédito mayor en todos los años que tiene el boxeo en ese estado (Nevada legalizó el boxeo en 1897).
Si la pelea perdura, el Chávez-guerrero tendrá que tener una estrategia y el Maravilla-estratega tendrá que pelear. Con matices, con altibajos en el trabajo que les es propio y el que no lo es, pero no podrán evitar dejar la especialidad de la casa y hacer por momentos lo que mejor sabe hacer el otro. Esto sucede cuando la pelea se complica, si lo planeado no funciona es necesario cambiar. La pelea no será una tormenta de golpes que van y que vienen, pero sí será de una tensión insoportable para los espectadores. Cuando pelearon Roberto Durán y Ray Leonard la primera vez, la que ganó el panameño, la viví como si fuera el mayor acontecimiento sobre un ring, y tiempo después, repasándola en video, comprendí que como escenificación boxística la pelea fue mala. Sin embargo, el estrés con que seguimos cada movimiento, aleladas millones de personas con quién iba a ganar semejante duelo, no nos permitió observar en el momento las limitaciones arquitectónicas de una pelea plagada de abrazos, candados y especulaciones. Pasó que Durán, en la mayor demostración de inteligencia de su vida, inspirado en su genio atrabiliario, abortó las acciones, hizo una no-pelea, trabó a Sugar Ray en el inicio y no lo soltó nunca, para ganarle. No había otro camino.
Es cierto que Martínez ha tenido mayor oposición que Chávez, y que planea sobrenadar la ofensiva del mexicano con sus argucias: eludir lo que viene en contra, salir a los costados, evitar las fricciones, postergar el choque frontal. Al Maravilla normalmente no se lo encuentra en ningún sitio, ni con la ayuda de Locatel, no es un blanco difícil, es un blanco imposible. Kelly Pavlik todavía se está preguntando “¿dónde se habrá escondido este tipo?” Martínez no es exactamente un contragolpeador, es algo más intrigante y difícil, es alguien que pelea desde afuera.
Hay algo que Chávez tiene que saber, que le es imperioso comprender para alcanzar su objetivo, un secreto desnudo: ¡está obligado a pelear tres minutos por round, ciento ochenta segundos! Debe entorpecer con presión la coreografía que Maravilla improvisa incesante, y al mismo tiempo debe tener máximo cuidado de no pasar de largo, de no tirar al aire, de asegurar los envíos para no hacer el ridículo. Paul Williams le ganó a Martínez disparando un buen caudal de golpes a lo largo de la pelea. Julio César necesita entender en todo momento qué está pasando sobre el ring. En el boxeo el que no entiende se jode. Junior ha progresado desde que es campeón del mundo. En los tiempos en que peleaba con Matt Vanda y aun cuando le ganó la pelea titular a Sebastian Zbik, era un peleador sin cintura. Vean los rounds tres y cuatro contra el alemán, en los que hay varios torbellinos (hasta de ocho golpes) que se estrellan en el rostro de Julio sin que haga nada por evitarlos. Ya no le pasa, porque se quitó el yeso de la cintura. Esa cintura que mucho va a necesitar el sábado para neutralizar las salidas a los costados que Martínez ejecuta bien. Las piernas persiguen, pero la cintura y los brazos clausuran las salidas laterales.
Problema aparte para Chávez Junior es la amenaza que para él representa el bajar los brazos. Si estuviera muerto la derecha no se le caería más que lo que se le cae cuando dispara la izquierda. Tira y se descuida, reparte y se desprotege. Deja un hueco que exhibe su rostro y lo expone, una circunferencia que rodea su cabeza y que será el blanco principal para Maravilla. Esa izquierda fantasma que tiene el argentino, que tira de arriba abajo, que no ve llegar el oponente, es su arma más contundente, un misil que puede definir todo. Lo hizo contra Paul Williams. Si Chávez usara el jab sería otro boxeador, mejor atrincherado, pero la expectativa está muerta, ha decidido prescindir de por vida de un golpe que para él sería fundamental. Prefiere combatir frontal y de cerca que perfilado y de lejos.
Martínez mide 1.78, es poca estatura, pero ha venido peleando con rivales altos. Darren Barker 1.84, Serhiy Dzinziruk 1.84, Paul Williams 1.85, Kelly Pavlik 1.89. Maravilla tiene un excepcional alcance de brazos (envergadura, es la mayor distancia entre los dos puntos del dedo medio de la mano derecha e izquierda expresada en centímetros), 1.91. Chávez es más alto pero sus brazos extendidos sólo recorren 1 metro 85 centímetros.
Entonces, con tantos errores, ¿Julio está perdido? No creo, porque el boxeo no es matemáticas, es mucho más, son dos almas en pugna, dos hombres partiéndose la madre, una explosión de espíritus que generan electricidad y fuego cuando friccionan. Nada es predecible si un volcán se incendia, preludio de lo inimaginable. Decía antes que en los grandes exámenes los grandes alumnos son capaces de potenciarse. Chávez Junior ha ido creciendo, persistente en su mejoría. No le quitemos oportunidad antes de la pelea. Es posible que haga lo que hizo su padre con el Azabache Martínez. Nunca había sido tanto, lo fue cuando lo necesitó.
Chávez pelea de cerca, sí, a despecho de su largo de cuerpo y de brazos, porque le gusta tirar y repetir ganchos. Trabaja bien a la zona baja y para llegar con ganchos hay que estar cerca. Agrega la maña bien aprendida de recargar el siempre mayor peso de su cuerpo sobre el rival para aplastarlo. Pero esta pelea le va a plantear una disyuntiva atroz: Maravilla no va a estar nunca donde estaban Sebastian Zbik, el Veneno Rubio o Peter Manfredo. Nadie puede lastimar a su adversario si no puede pegarle. Si Chávez gana, ganará la pelea antes de pelear, con lo practicado, lo estudiado, lo ensayado y santificado en el gimnasio. Su padre me dijo que ejecuta diariamente cada movimiento con tres sparrings que lo único que tienen diferente a Martínez es el apellido. El argentino es zurdo, la novedad que pudiera ser un obstáculo contra lo de costumbre, se excluye practicando hasta lograr la mecanización total, la de un robot.
Digo lo que digo al correr de mis manos sobre el teclado, como si fuera fácil. No lo es, de ningún modo. Es más fácil amar a una mujer que vivir con ella, y esto que seguramente está claro para muchos, lo podemos extrapolar a los intríngulis de la pelea. Son muchas las cosas en las vidas de los hombres que son más difíciles de ejecutar que de proclamar. Los boxeadores tienen que ir con un plan… ¡imagínense si no!, pero con frecuencia la realidad del ring se desarrolla de otra manera, se aleja de lo proyectado, aparecen los imprevistos, y es entonces cuando los que se distinguen en este oficio bárbaro y primitivo de golpear para vencer, pueden hacer la diferencia, componiendo, inventando, escribiendo de una vez y para siempre lo que no estaba escrito.
Las grandes peleas –y ésta es para los dos su más grande—se preparan de una manera colosal, se planean como se planea un asesinato, porque el gran acontecimiento empuja a los actores a dar más que lo acostumbrado. Chávez necesita ese respaldo, prenderse a la alegría que emana de un público entusiasta y ganador, creer que puede hacer lo que quiere hacer. Se tiene que mentalizar para el sacrificio y para lanzar 85 golpes por round, aunque rutinariamente lanza 60, o menos. Se tiene que preparar también para trabajar desde temprano con intensidad, porque Martínez crece con la pelea. Maravilla es mejor en el round 10 que en el round 2 (déjenme ponerles un ejemplo: en la primera pelea con Williams, la que Martínez perdió, ganó los dos últimos rounds en las tarjetas de los jueces). Julio empezó muy despacio con Andy Lee, y si lo vuelve a hacer sería preferible que se tomara un tecito de cicuta. Ésta será una pelea diferente, sin espacios para perder el tiempo. He oído comentarios de varios conocedores, hasta de su padre, afirmando que Chávez tiene que estudiar la situación tres rounds antes de lanzarse. Yo no lo comparto. A su papá se lo dije en camino a la transmisión desde los viñedos de Ensenada, hace unos días. Si Junior especula al principio, estará perdido. Igual decían de Margarito contra Manny Pacquiao, que el nuestro debía soltarse a partir del sexto round. La pelea en el cuarto estaba resuelta y Tony estaba muerto y sepultado. Trabajar desde el principio para Chávez no es una posibilidad, es una obligación. El primer tañer de la campana debe ser un llamado serio a las hostilidades. Si preparó la pelea durante meses, que arranque en el primero, no en el cuarto. ¿O nos va a decir que debe estudiar a Martínez? Martínez ya está estudiado, lo de él es previsible. Formón, gubia y escofina, a hacer la obra de un carpintero fino. No lo visualizo de otro modo.
Que Chávez lleve 48 peleas sin derrota no lo inmuniza. Su padre llegó a 90 victorias inmaculadas, el Púas Olivares a 60, y Jimmy Wilde a 98, pero un día perdieron. Chucho Castillo, Wilfredo Gómez, Pascual Pérez, Pone Kingpetch, Eder Jofre, Larry Holmes son algunos de muchos grandes campeones para quienes ganar era cotidiano, pero a los que les llegó el día fatídico en que subieron como campeones y bajaron no siéndolo, a algunos porque el tiempo hizo su labor devastadora, a otros porque en el camino encontraron a alguien que los superó.
Chávez Junior llega con la necesidad de exorcizar la carga de mala voluntad que le tiene un sector del público mexicano. Ya lo hemos analizado, el éxito no se perdona y cuando se perdona es a los boxeadores pobres, a los que nacieron en la indigencia y rompieron con los obstáculos de una vida muy dura. Chávez fue etiquetado como muchachito rico por esos señores inconquistables que no lo quieren, los que siguen diciendo que Julio César es un invento, un producto maquillado por la televisión, alguien que está donde está porque es descaradamente protegido por Fernando Beltrán, por Robert Arum, por su padre, por la televisión y por mí. Esta discusión ya está agotada. Sólo debo recordar que Chávez tiene 26 años. A esa edad ni Ray Robinson, ni Carlos Monzón, ni Jake LaMotta, ni Tiger Flowers, ni Harry Greb, ni Carmen Basilio eran campeones de peso medio.
Martínez es una rareza como hombre más que como boxeador. Lee mucho y escribe bien, habla contra la violencia doméstica, se viste con pulcritud y trata con corrección a todos. Hubo otro boxeador argentino que fue algo parecido. Se llamaba Sergio Víctor Palma, campeón mundial de peso supergallo en los ochenta. Llamaba tanto la atención que Palma hablara con fluidez que comenzó a ser invitado a todos los programas de televisión y terminó respondiendo sobre economía nacional, sobre religión, sobre fecundación in vitro y dando consejos de belleza. Maravilla, en cambio, mantiene un férreo control de su vida profesional, más allá de haber participado en algunos concursos de baile televisados. Su tarea como boxeador no muestra grietas, y si su carrera continúa por buen camino se quedará en la historia del boxeo argentino con los grandes, Pascual Pérez, Víctor Galíndez, Julio César Vásquez, Santos Laciar, Nicolino Locche, Carlos Monzón.
No sé quién va a ganar la pelea del sábado, nadie lo sabe. Los aficionados esperan que digamos ‘fulano por nocaut en el quinto’. Eso no es un pronóstico, es un timo. Nadie pronosticó que Alí le iba a ganar a Sonny Liston, que Buster Douglas aplastaría a Mike Tyson, que el Siri Salido iba a ser algo más que carne de cañón contra Juanma López. Chávez tiene de mi parte un voto de confianza, por juventud, por tendencia creciente de su carrera y porque creo que tiene una personalidad poderosa y la mecha está encendida. El encanto del misterio es parte del boxeo y será, como casi siempre, un ingrediente relevante del choque fantástico de dos combatientes latinos instalados en el corazón del mundo boxístico de los Estados Unidos.