Re: Sabian que?'...
Publicado: Jue Dic 15, 2011 12:14 pm
Mis conocimientos no son tan amplios como los de ustedes companeros pero le ando echando ganas para en unos anios ponerme a la par, asi que por lo pronto les digo que le den seguimiento a este tema y los demas temas historicos para que me echen la mano.
ahi les va otro que acabo de leer y me fusile,
saludos y buenas intervenciones de todos.
JOE LOUIS
Por José Laurino
El famoso cardiocirujano Michael Debakey, cuya pericia bajo las luces del quirófano le ha significado reconocimiento universal, fue el encargado de intervenir quirúrgicamente a Joe Louis, otrora rey del puñetazo, ayer famoso, cuando bajo otras luces (las que iluminaban un cuadrado mágico) supo poner fin al sentimiento racista que por más de treinta años cerró el paso a la cumbre de los mejores boxeadores negros.
El “Bombardero de Detroit”, como se le conoció, fue operado de un aneurisma en la aorta toráxica descendente, en pleno declive de su existencia… justamente él, que alguna vez fue paradigma de vigor atlético.
Ya en 1970 había sido internado en el Centro Médico de la Universidad de Colorado, para ser sometido a tratamiento especializado, y dos años antes, su propio hijo, Joseph Louis Barrow, se había visto obligado a solicitar asistencia psiquiátrica para su afamado predecesor.
Cuesta comprender cómo, a los 63 años, el fenomenal atleta del pasado ha experimentado en carne propia tan graves dolencias, mientras algunos de sus maltratados adversarios gozan de una vida placentera.
Sin embargo la trayectoria boxística del peleador de Alabama resultó pautada por tantos y tan graves aconteceres que no hay nada asombroso en su declinación postrera.
Infeliz en la esfera amorosa (se casó tres veces, dos de ellas con Marva Trotter) concluyó su azarosa carrera pugilística de modo impensado: aún más pobre que al iniciarla.
En efecto: Joe Louis, crecido en los algodonales de la sureña Lafayette, donde los dólares no sobrevolaban las plantaciones, finalizó su historial deportivo de modo angustiante: cuando se llamó a sosiego (convencido por la brutal golpiza que le propinó Rocky Marciano) comprobó que las más duras batallas deberían ser afrontadas en el futuro.
El fisco le reclamó entonces nada menos que 4.327,632 dólares, adeudados por impuestos impagos durante los doce años de su reinado pugilístico.
Aquella insólita aparición de los fiscales impositivos le significaron entonces una presión insoportable, que terminó por minar las escasas reservas del afligido monarca, en plena quiebra física y material.
Sin embargo, saldría del paso dignamente, ayudado por varios millones de aficionados anónimos que presionaron al gobierno estadounidense para que lo perdonase, o al menos disminuyese sus exigencias a límites tolerables.
Era esa la altiva reacción del pueblo deportivo para el héroe de la segunda guerra, de quien durante toda su carrera no se dijo una palabra que fuese en detrimento de su conducta dentro o fuera del ring.
NO TODO EL MÉRITO LE PERTENECIÓ
Pupilo de Jack Blackburn, uno de los mejores pugilistas que haya pisado un ring y afamado estratega en los años que siguieron a su retiro del ruedo, Louis aprendió de él todo cuanto desarrolló a lo largo de sus 72 peleas, de las cuales 67 epilogaron con sus brazos en alto.
Aprendió rápidamente, porque era obediente y mostraba afán de superación y así no pudo extrañar que ya en su segundo año en el profesionalismo concurrieron sesenta mil personas a verlo hacer trizas a Primo Carnera en el Yankee Stadium.
Joe no había visto nunca tanta gente junta, y esa noche, además de cobrar la mejor bolsa de su carrera hasta entonces, comprobó que el público lo idolatraba. Y ello porque de él se podía decir que era un actor derecho en un deporte torcido… Nadie pudo hallar en todo su historial un encuentro trucado o un final censurable, aunque algunos fallos que lo beneficiaron resultaron sospechosos.
Entre estos últimos se recuerda el que le asignó la victoria (inmerecida por cierto) ante Joe Walcott, en decisión dividida, puesto que su amigo Ruby Goldstein no pudo más que declararlo vencido, (De todos modos, los restantes jurados favorecieron al campeón).
Viéndole, Louis no daba la impresión de ser rápido: no se movía muy raudamente, pero la velocidad estaba en sus puños; peleador instintivo, con increíble noción de tiempo y distancia, poseía sí una coordinación neuromuscular perfecta.
Una vez abatido Carnera, igual suerte correría otro ex campeón: el “play boy” Max Baer, que se quedó en la lona en el cuarto round, en tanto su entrenador Jack Dempsey lo increpaba duramente.
Luego vendría Max Schmeling, otro ex monarca que se cruzaba en su camino, y a quien el ascendente pupilo de John Roxborough consideró un adversario fácil. Durante su entrenamiento previo Louis mostró la seriedad habitual en él, pero le faltó entusiasmo, en tanto el Ulano negro, a quien el Fuhrer consideraba ‘su’ muchacho, se preparaba para dar el gran golpe, con la misma confianza advertida en Corbett la noche que terminó con Sullivan…
Así se precipitó uno de los más asombrosos k.o. de la historia, cuando el cauto ‘fighter’ germano puso fuera de combate puso fuera de combate a Louis, entonces reputado poco menos que invencible…
Y así, también, se originaría una rivalidad que trascendería el ámbito deportivo para convertirse en asunto nacional, al punto que en las horas previas al segundo enfrentamiento, el Presidente Roosevelt creyó del caso aleccionarlo, diciéndole: “Recuerde, Joe, que cuando una causa es justa un americano nunca pierde”.
UNA REVANCHA POLÍTICA
Imbuido de su responsabilidad, el colosal atleta de ébano salió a pelear con rabia inusitada en él, asemejándose a Dempsey en su trifulca con Firpo, quince años antes, y así no pudo asombrar que en sólo tres minutos se desembarazara de su verdugo…
Habiendo derrotado previamente a Jack Sharkey y a Jimmy Braddock (a quien arrebató el título mundial luego de andar gateando en la lona) Louis inició entonces una serie interminable de defensas de la corona, no siempre ante adversarios prestigiosos.
Algunos críticos acuñaron entonces la expresión el “Club del Boom mensual”, dando a entender que los adversarios (?) elegidos para que ‘arriesgase’ su corona cada treinta días sólo podían originar ruido… al caer…
Tenían razón: cuando se nombra a Harry Thomas, John Henry Lewis (mediopesado y prácticamente ciego) Red Burman, Tony Musto o Tami Mauriello, se nombra a pugilistas cuya designación como desafiantes lógicos del campeón resultaba una burla.
Se comprueba que en materia boxística, no siempre todo tiempo pasado fue mejor.
Enfrentado a adversarios tales, el reinado de Louis amenazaba eternizarse, cuando debió sufrir el interregno de la Guerra durante cuatro años (1942 – 1946), conservando su corona en formol, hasta que en junio del 46 lo desempolvó al exponerlo una vez más ante Billy Conn, que en 1941 le había resultado excesivamente elusivo. Sin embargo, la inactividad significó lastre excesivo para el diminuto desafiante, que esta vez cayó sin atenuantes en el octavo asalto.
Considerado entre los mejores pesados de todas las épocas (aunque de ningún modo comparable a Jack Johnson o Muhammad Alí) Louis era demasiado susceptible a los golpes. Sólo así se explica que lo depositaran en la lona además de Braddock y Walcott (éste tres veces), Budy Baer y hasta el inepto Tony Galento, sin nombrar a Marciano, al que desafió cuando era una sombra de sí mismo.
Ahora que su tiempo feliz de historia antigua, corresponde preguntarse ‘how great was Joe Louis?’ como alguna vez se interrogó Wilfrid Diamond, afamado crítico.
Contestándose a sí mismo, expresó: “podría ser fácil y probablemente simpático decir que fue el más grande peleador que ha existido. Sin duda fue la más perfecta máquina de pelea en los anales del boxeo, pero es preciso algo más para figurar entre los más grandes. Eso sí, hasta sus enemigos deben reconocer que su conducta como campeón fue siempre ejemplar”.
publicado en el diario EL PAÍS de Montevideo, Uruguay, el 4 de diciembre de 1977
ahi les va otro que acabo de leer y me fusile,
saludos y buenas intervenciones de todos.
JOE LOUIS
Por José Laurino
El famoso cardiocirujano Michael Debakey, cuya pericia bajo las luces del quirófano le ha significado reconocimiento universal, fue el encargado de intervenir quirúrgicamente a Joe Louis, otrora rey del puñetazo, ayer famoso, cuando bajo otras luces (las que iluminaban un cuadrado mágico) supo poner fin al sentimiento racista que por más de treinta años cerró el paso a la cumbre de los mejores boxeadores negros.
El “Bombardero de Detroit”, como se le conoció, fue operado de un aneurisma en la aorta toráxica descendente, en pleno declive de su existencia… justamente él, que alguna vez fue paradigma de vigor atlético.
Ya en 1970 había sido internado en el Centro Médico de la Universidad de Colorado, para ser sometido a tratamiento especializado, y dos años antes, su propio hijo, Joseph Louis Barrow, se había visto obligado a solicitar asistencia psiquiátrica para su afamado predecesor.
Cuesta comprender cómo, a los 63 años, el fenomenal atleta del pasado ha experimentado en carne propia tan graves dolencias, mientras algunos de sus maltratados adversarios gozan de una vida placentera.
Sin embargo la trayectoria boxística del peleador de Alabama resultó pautada por tantos y tan graves aconteceres que no hay nada asombroso en su declinación postrera.
Infeliz en la esfera amorosa (se casó tres veces, dos de ellas con Marva Trotter) concluyó su azarosa carrera pugilística de modo impensado: aún más pobre que al iniciarla.
En efecto: Joe Louis, crecido en los algodonales de la sureña Lafayette, donde los dólares no sobrevolaban las plantaciones, finalizó su historial deportivo de modo angustiante: cuando se llamó a sosiego (convencido por la brutal golpiza que le propinó Rocky Marciano) comprobó que las más duras batallas deberían ser afrontadas en el futuro.
El fisco le reclamó entonces nada menos que 4.327,632 dólares, adeudados por impuestos impagos durante los doce años de su reinado pugilístico.
Aquella insólita aparición de los fiscales impositivos le significaron entonces una presión insoportable, que terminó por minar las escasas reservas del afligido monarca, en plena quiebra física y material.
Sin embargo, saldría del paso dignamente, ayudado por varios millones de aficionados anónimos que presionaron al gobierno estadounidense para que lo perdonase, o al menos disminuyese sus exigencias a límites tolerables.
Era esa la altiva reacción del pueblo deportivo para el héroe de la segunda guerra, de quien durante toda su carrera no se dijo una palabra que fuese en detrimento de su conducta dentro o fuera del ring.
NO TODO EL MÉRITO LE PERTENECIÓ
Pupilo de Jack Blackburn, uno de los mejores pugilistas que haya pisado un ring y afamado estratega en los años que siguieron a su retiro del ruedo, Louis aprendió de él todo cuanto desarrolló a lo largo de sus 72 peleas, de las cuales 67 epilogaron con sus brazos en alto.
Aprendió rápidamente, porque era obediente y mostraba afán de superación y así no pudo extrañar que ya en su segundo año en el profesionalismo concurrieron sesenta mil personas a verlo hacer trizas a Primo Carnera en el Yankee Stadium.
Joe no había visto nunca tanta gente junta, y esa noche, además de cobrar la mejor bolsa de su carrera hasta entonces, comprobó que el público lo idolatraba. Y ello porque de él se podía decir que era un actor derecho en un deporte torcido… Nadie pudo hallar en todo su historial un encuentro trucado o un final censurable, aunque algunos fallos que lo beneficiaron resultaron sospechosos.
Entre estos últimos se recuerda el que le asignó la victoria (inmerecida por cierto) ante Joe Walcott, en decisión dividida, puesto que su amigo Ruby Goldstein no pudo más que declararlo vencido, (De todos modos, los restantes jurados favorecieron al campeón).
Viéndole, Louis no daba la impresión de ser rápido: no se movía muy raudamente, pero la velocidad estaba en sus puños; peleador instintivo, con increíble noción de tiempo y distancia, poseía sí una coordinación neuromuscular perfecta.
Una vez abatido Carnera, igual suerte correría otro ex campeón: el “play boy” Max Baer, que se quedó en la lona en el cuarto round, en tanto su entrenador Jack Dempsey lo increpaba duramente.
Luego vendría Max Schmeling, otro ex monarca que se cruzaba en su camino, y a quien el ascendente pupilo de John Roxborough consideró un adversario fácil. Durante su entrenamiento previo Louis mostró la seriedad habitual en él, pero le faltó entusiasmo, en tanto el Ulano negro, a quien el Fuhrer consideraba ‘su’ muchacho, se preparaba para dar el gran golpe, con la misma confianza advertida en Corbett la noche que terminó con Sullivan…
Así se precipitó uno de los más asombrosos k.o. de la historia, cuando el cauto ‘fighter’ germano puso fuera de combate puso fuera de combate a Louis, entonces reputado poco menos que invencible…
Y así, también, se originaría una rivalidad que trascendería el ámbito deportivo para convertirse en asunto nacional, al punto que en las horas previas al segundo enfrentamiento, el Presidente Roosevelt creyó del caso aleccionarlo, diciéndole: “Recuerde, Joe, que cuando una causa es justa un americano nunca pierde”.
UNA REVANCHA POLÍTICA
Imbuido de su responsabilidad, el colosal atleta de ébano salió a pelear con rabia inusitada en él, asemejándose a Dempsey en su trifulca con Firpo, quince años antes, y así no pudo asombrar que en sólo tres minutos se desembarazara de su verdugo…
Habiendo derrotado previamente a Jack Sharkey y a Jimmy Braddock (a quien arrebató el título mundial luego de andar gateando en la lona) Louis inició entonces una serie interminable de defensas de la corona, no siempre ante adversarios prestigiosos.
Algunos críticos acuñaron entonces la expresión el “Club del Boom mensual”, dando a entender que los adversarios (?) elegidos para que ‘arriesgase’ su corona cada treinta días sólo podían originar ruido… al caer…
Tenían razón: cuando se nombra a Harry Thomas, John Henry Lewis (mediopesado y prácticamente ciego) Red Burman, Tony Musto o Tami Mauriello, se nombra a pugilistas cuya designación como desafiantes lógicos del campeón resultaba una burla.
Se comprueba que en materia boxística, no siempre todo tiempo pasado fue mejor.
Enfrentado a adversarios tales, el reinado de Louis amenazaba eternizarse, cuando debió sufrir el interregno de la Guerra durante cuatro años (1942 – 1946), conservando su corona en formol, hasta que en junio del 46 lo desempolvó al exponerlo una vez más ante Billy Conn, que en 1941 le había resultado excesivamente elusivo. Sin embargo, la inactividad significó lastre excesivo para el diminuto desafiante, que esta vez cayó sin atenuantes en el octavo asalto.
Considerado entre los mejores pesados de todas las épocas (aunque de ningún modo comparable a Jack Johnson o Muhammad Alí) Louis era demasiado susceptible a los golpes. Sólo así se explica que lo depositaran en la lona además de Braddock y Walcott (éste tres veces), Budy Baer y hasta el inepto Tony Galento, sin nombrar a Marciano, al que desafió cuando era una sombra de sí mismo.
Ahora que su tiempo feliz de historia antigua, corresponde preguntarse ‘how great was Joe Louis?’ como alguna vez se interrogó Wilfrid Diamond, afamado crítico.
Contestándose a sí mismo, expresó: “podría ser fácil y probablemente simpático decir que fue el más grande peleador que ha existido. Sin duda fue la más perfecta máquina de pelea en los anales del boxeo, pero es preciso algo más para figurar entre los más grandes. Eso sí, hasta sus enemigos deben reconocer que su conducta como campeón fue siempre ejemplar”.
publicado en el diario EL PAÍS de Montevideo, Uruguay, el 4 de diciembre de 1977