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LA JABA Y LA LIBRETA

Publicado: Mar Jun 24, 2014 3:49 am
por cuquin el balsero
LA JABA Y LA LIBRETA
ESCRITO POR JOSÉ LUÍS AMIÉIRO RODRÍGUEZ . PUBLICADO EN INVENTANDO

Un cubano sin una libreta de abastecimiento en el bolsillo superior izquierdo de su camisa o en el trasero del pantalón no es un verdadero cubano. Creo que cuando llegue el día en que no tenga que llevar más nunca ninguna de esas dos cosas a ningún lugar se sentirá extraño. Quizá a algún historiador se le ocurra dentro de cien años clavetearlos en el escudo nacional, al pie de la bandera. Formarán parte de nuestra enseña nacional.

Y el ejemplo más claro y cercano acerca de lo que les comentaba soy yo mismo.

Recuerdo que llegué a España hace casi seis años y medio y la primera vez me sentí extraño entrando a un supermercado con las “manos vacías“, sin libreta de abastecimiento en el bolsillo y sin jaba en las manos.

En Cuba teníamos colgadas detrás de la puerta de la cocina varias jabas: de saco, de tela y de nailon. Para ir al Puesto (de viandas), usábamos una de saco de yute, inmensa, porque había que estar preparados por si el puestero nos vendía algo extra, untándole ( dándole una “propina“): plátanos, boniatos, papa, tomates, etc. Porque comprábamos por cantidades industriales. Cuando la indulgencia y el afán de hacerse con un dinerito extra del puestero nos permitía llenar la jaba.

Si comprábamos plátanos pues teníamos asegurados: dulce de plátano, mermelada de plátano, fufú de plátano, puré de plátanos, mariquitas, tostones ( en raras ocasiones, por la carencia de aceite), y si los dejabas madurar, teníamos plátano fruta, ¡rico en potasio!

Si el boniato era lo que venía, comprábamos cantidades ingentes de él, si como ya dije antes la situación era propicia. Con el boniato hacíamos boniatillo, boniato hervido con mojito de ajo, sal y aceite requemado. Porque eso de coger aceite limpio para el mojito del boniato o de la yuca era dificilísimo. Mi madre tenía un pomo de aquellos donde traían de Bulgaria unos melocotones en almíbar y lo mediaba de aceite limpio ( cosa extraña) y le metía dentro una naranja de china, pelada ( de las dulces), y así convertía un aceite de girasol sin refinar en otro también sin refinar pero con sabor a aceite de oliva. Un invento que no sé de dónde lo había sacado.

Si lo que conseguíamos era papa en el puesto, pues nos esperaban tandas maratónicas de puré de papa porque ni pensar en comer papa fritas, el aceite estaba carísimo. Y después mi padre salía por todo el vecindario a conseguir un poco de bicarbonato de sodio porque la acidez que le provocaba la papa era irreducible. Y gases. Todos expulsábamos gases. Demasiados. Nos diseminábamos por el patio para no escucharnos unos a otros en esa sinfonía de ventosidades ruidosas y malolientes.

Con los tomates también escapábamos, puré de tomate, cascos de tomate, ensalada de tomate y hasta mermelada de tomate. El excedente lo vendíamos o lo cambiábamos por otros productos. Lo envasábamos en botellas de cerveza que previamente esterilizábamos por medios caseros y las sellábamos con cera derretida.

La jaba llegó a convertirse en parte inseparable de la anatomía del cubano de la Isla, un hombre o una mujer sin jaba en Cuba era como un marsupial con su bolsa ventral amputada. Y corrían de boca en boca chistes populares al respecto: ¿En cuántas partes se divide un cubano? La respuesta era simple: En cabeza, tronco, extremidades y jaba.

Me traje de Cuba una jaba vieja, la más vieja de las que tenía colgada tras la puerta de la cocina y la libreta de abastecimiento y ahí las tengo en el fondo de una gaveta como si de una reliquia se tratara.

Si la libreta de abastecimiento se te extraviaba tenías que faltar al trabajo y hacer una cola inmensa en la oficoda, después de rellenar no sé cuantos papeles para que te dieran una nueva y perdías el derecho a muchos productos del mes. Existen muchas personas que su alimentación depende única y exclusivamente de lo que dan por la libreta, no tienen otra entrada. Son los que más abajo están en la escala social.

La libreta también permitía hasta acercarse un poco al carácter de su portador. Las había deshojadas, descuidadas y sucias. Cuando veías en la bodega a un personaje sacar de su bolsillo trasero del pantalón ese documento en malas condiciones, el bodeguero sin cortarse le decía: “Socio, esto hay que cuidarlo.”

Las páginas correspondientes a las viandas siempre, por mucho que tú fueras cuidadoso, estaban sucias, de tierra colorada. Y es que los puesteros no se andaban cuidando de no ensuciar esas hojas, despachaban y anotaban ahí con sus manos llenas de tierra.

Había quien le compraba a la libreta un forro de plástico duro o de cartón porque tenía que durarte todo el año. El sudor de tu cuerpo destruía el cartón de la portada con mucha facilidad y es que estabas todo el día unido a ese documento como si de una Biblia se tratara y tú un creyente consumado y fanático.

Recuerdo regresar en bicicleta del consultorio donde trabajaba y arrimarme a la acera frente a la bodega, mirar la pizarra situada allá en los anaqueles semivacíos, sacar la libreta del bolsillo superior izquierdo de mi bata y confrontar a ver si me tocaba algo, si tenía dudas le gritaba al bodeguero: “Manolo, ¿esa media libra de aceite que están dando me toca? Y podía ser que sí, entonces me apeaba, ataba el ciclo a un poste o a una reja y me ponía en lo último de la cola, si algún vecino se daba la vuelta y me veía, me pedía la libreta o me colaba, entonces la espera era menos larga.

Con la carnicería era tremenda jodienda. Que si el primer grupo, que si el segundo. Yo tenía el número 199 en la libreta y en la carnicería entraba en los del segundo grupo a la hora de comprar el jurel y el picadillo de soya, pero como el carnicero era mi socio me adelantaba en el primer grupo lo que hubiese venido. El pollo venía de vez en cuando y eran los “Alicia Alonso”. De muslos flacos y cuerpo sin carne. Nos comíamos hasta los hueso, ¡ricos en calcio!

Me harté de comer jurel. En todas sus formas. Era lo que más daban. Ya sé que es un pescado de carne azul muy bueno para la salud, pero estoy tan saturado de jurel que no he podido comerlo nunca más. Veo un pescado con la piel azulosa y me dan arcadas, me viene a la mente el cabrón jurel de Cuba. Mi esposa lo preparaba en todas sus formas: croquetas, ensalada fría, frito, hervido, etc. No puedo verlo ni en pintura.

El picadillo de soya tenía que comérmelo yo solo porque los niños eran alérgicos y mi mujer no lo soportaba, yo lo tragaba a paletadas, sin saborearlo. Toda aquella mezcla de cartílagos, tendones, ojos, vísceras y soya juntos no podía mirarse mucho ni saborearlo, sino no te lo comías.

De vez en cuando saco de la gaveta la libreta y la jaba, las desempolvo y las observo. Formaron parte de mi vida. Un trozo de mi Cuba está en ellas.